LA CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL O LA HISTORIA DE UN ENCUBRIMIENTO QUE CONTINÚA

Reflexiones sobre las implicaciones de la conmemoración del bicentenario de la Independencia de Guatemala para los Pueblos Indígenas
-Por Lu’K’at Pedro Us Soc
RESUMEN
Desde 1524, comienza para los pueblos originarios de esta región de Mesoamérica, hoy llamada Guatemala, una historia que todavía no conoce final. El encubrimiento iniciado en 1492 ha ocultado la existencia, la identidad, el ejercicio de los derechos, el carácter de sujetos políticos… de los pueblos Maya, Xinka y Garífuna. Durante la Colonia, la relación entre españoles, primero, y criollos y mestizos, después, fue de sometimiento en todos los órdenes de la vida, además del desprecio del que los “indios” fueron víctima de forma permanente.
La declaración de la Independencia nacional en 1821 no modificó en absoluto la relación colonial. Continuó la estructura colonial dividida en la república de españoles y la república de indios, como mecanismo de ocultamiento de las diferencias étnicas bajo una sola y uniformadora categoría: indios. Y bajo esa categoría se les obligó al pago de tributo, a vivir en reducciones, al sometimiento religioso, económico y político y al trabajo forzado. Después de 1821 la estructura colonial continúa. Persiste la relación de exclusión, diferenciación perversa y ocultamiento de las realidades propias de los pueblos originarios.
La conmemoración oficial del bicentenario de la Independencia de 1821 no incluye, ni por asomo, una propuesta de transformación estructural de las relaciones entre la nación y el Estado guatemaltecos y los Pueblos Indígenas. La exclusión de los Pueblos Indígenas en el acto de declaración de la Independencia en 1821 es la marca que caracteriza desde sus orígenes a la nación y al Estado guatemaltecos. En 2021, los actos relacionados con el bicentenario muestran un tratamiento folclorista de la cultura maya y la continuidad de la práctica de usurpación de la cultura y la simbología de los pueblos Maya, Xinka y Garífuna.
Por eso, y a partir de las reflexiones realizadas en distintos ámbitos, incluyendo el académico, los Pueblos Indígenas tienen claro que deberán impulsar por sí mismos sus propios movimientos de emancipación.
Palabras clave: Independencia, bicentenario, encubrimiento, colonialidad, multinacionalidad, resistencia.
Indígenas en el acto de declaración de la Independencia en 1821
En el IX Congreso Latinoamericano de Educación Intercultural Bilingüe, realizado en la Ciudad de Antigua Guatemala, en octubre del 2010, en el acto de apertura se hizo referencia al Bicentenario de la Independencia de Guatemala. Fue la primera vez que, quien esto escribe, escuchó hablar del Bicentenario de la Independencia en un acto público, oficial.
Guillermina Herrera, a cargo del discurso marco del congreso, se refirió al Bicentenario de la Independencia como “oportunidad para entender la educación intercultural bilingüe y repensarla”. Oportunidad también para “reconocer que han sido los pueblos originarios los que han provocado reflexiones en cuanto a la construcción de sociedades diversas que ejerzan una auténtica participación ciudadana” (cursivas nuestras).
¿Admiten el concepto y las intenciones de la independencia declarada en 1821 el reconocimiento del histórico aporte de los pueblos originarios a la diversidad del país? ¿Admiten el concepto y las intenciones de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia la ciudadanía de los pueblos originarios en el estado nacional? La respuesta en ambos casos es NO.
Por una parte, en el acto de la firma del Acta de Independencia en 1821 había representantes del poder político y de la Iglesia y de otros sectores de la élite del momento. El pueblo había hecho acto de presencia, pero en las calles, en la plaza, en el patio, en los correderos y en la antesala del palacio para repetir el grito de “viva la Independencia”. La población indígena estaba ausente, ocupada en satisfacer las exigencias de los colonizadores, sin tiempo para ocuparse de construirse un lugar en las decisiones públicas.
La independencia de 1821 es una acción de la élite criolla, la cual se define a sí misma como “el pueblo de Guatemala”, y considera la independencia del gobierno español como “su voluntad”. La afirmación de que “la independencia es voluntad general del pueblo de Guatemala” es una falacia como las que suelen utilizar funcionarios de gobierno cuando atribuyen alguna decisión a toda la sociedad para darle una legitimidad que todo mundo sabe que no tiene.
Desde el punto de vista conceptual, pues, el acto de declaración de la independencia en 1821, no admite la presencia de pueblos originarios. Los desconoce, los encubre bajo un concepto generalizador e invisibilizador: “el pueblo de Guatemala”. Esta es una idea que se repite hoy, que los funcionarios gustan de repetir: en el país, “todos somos guatemaltecos”, “todos somos iguales”. Una media verdad que oculta, invisibiliza, encubre y excluye identidades específicas del 60% de la población: los Pueblos Indígenas (el 43.56% según el XII Censo nacional de población del 2018).
Las intenciones de la independencia de 1821 tampoco admiten la presencia ni el rol fundamental de la población indígena en la consolidación del sistema de vida colonial, ni en ninguna lucha por la independencia. En el acta se indica al señor jefe político que haga pública la proclamación de la independencia realizada por la élite “para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”. Si hubiese habido líderes indígenas formando parte del pueblo que eventualmente hubiera buscado la independencia, habrían quedado al margen de hecho.
Pueblos Indígenas en la convocatoria a la conmemoración del bicentenario
En Guatemala, la convocatoria oficial para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia se lanzó en el año 2010. Fue una convocatoria realizada en forma conjunta por el Gobierno de Guatemala, por medio del Ministerio de Educación, y la oficina de la UNESCO en Guatemala.
Según el discurso del Gobierno de Guatemala de entonces, la conmemoración del bicentenario trata “de enaltecer al conjunto de protagonistas sociales, intelectuales, mujeres, jóvenes, indígenas, afro guatemaltecos, gestores todos del movimiento independentista”. Entre los protagonistas de la independencia incluye “indígenas y afro guatemaltecos”, de quienes no tenemos noticia, porque hasta ahora no conocemos “una versión de la gesta independentista que recupere a todos los actores sociales, a intelectuales valiosos, a las lideresas o los líderes que tuvieron un rol en nuestra historia”.
No tenemos esa versión, efectivamente. Lo que tenemos es un acta que identifica a los presentes en el acto de proclamación de la independencia. Y entre ellos no hay referencia a personas indígenas ni afroguatemaltecos. No puede ser de otra manera, tomando en cuenta “el desprecio que los mayores recomendaban para con estos seres descalzos y raídos, que olían a sudor”. Este desprecio era recomendado por padres y abuelos cuando llegaban a las casas de españoles como “portadores de algún beneficio, sudorosos y jadeantes” y se les veía “descargar de sus espaldas la leña, los granos, las legumbres, la leche, la panela y muchos otros bienes sin los cuales la existencia no habría sido todo lo agradable que en realidad era” (Martínez, La patria del criollo).
La servidumbre era el lugar asignado a los “indios” en la estructura social de la Colonia, al igual que hoy lo es en la estructura social y política nacional. Y había que “tenerlos a raya y patentizarles en todo momento su subordinación”. Esa era instrucción cotidiana de padres y abuelos a los hijos y nietos (Martínez, La patria del criollo). Lo mismo que hoy, aun cuando exista una “institucionalidad indígena”, ocupada, sin embargo, por “indios permitidos”, cuya función es la servidumbre política, útil para legitimar el discurso oficial y para mostrar un Estado con una cara incluyente ante la comunidad nacional e internacional.
Para las instituciones que convocan a la conmemoración, la idea fundamental es que “el Bicentenario de la Independencia de Guatemala es una oportunidad para repensar la acción del Estado y de la República” (Gobierno GT y UNESCO, 2010, Presentación). Consideran también que es “una señalada oportunidad para abrir la reflexión entre todos los ciudadanos en torno al Estado de la nación”. Por ello, debe “estimular la discusión entre los guatemaltecos”.
El tema de la discusión es nada menos que el Estado que, tras doscientos años de existencia, aún “no se consolida como institución rectora de la nación”. La naturaleza del Estado, como la institución política de la nación guatemalteca, es un tema presente desde hace algún tiempo en distintos ámbitos de la sociedad. Especial atención ha ocupado en la agenda de organizaciones y comunidades de los Pueblos Indígenas. Estas coinciden con otras organizaciones e instituciones al considerar al Estado de Guatemala como un Estado fallido. Aunque su carácter fallido desde la perspectiva indígena se debe también a que no ha logrado, o no ha querido lograr, reconocer la ciudadanía de los Pueblos Indígenas.
Como Estado de la nación ladina-mestiza, en las manos de una élite, ha institucionalizado un conjunto de mecanismos legales, políticos, económicos y sociales para mantener sistemáticamente a los Pueblos Indígenas al margen de las decisiones políticas estatales. Y mantener su estatus como ciudadanos de tercera categoría. O, incluso, como no ciudadanos, habitantes naturales de un territorio que les ha sido usurpado, sin posibilidades de ejercer sus derechos como ciudadanos, y como pueblos, con carácter de sujetos políticos.
Por eso, se ha insistido hasta la saciedad en que el Estado guatemalteco ha sido instrumentalizado por los poderes, tanto los legales como los paralelos, para conservar la hegemonía de unos sectores sobre toda la sociedad. Especialmente sobre los Pueblos Indígenas. Al mejor estilo de la relación de la república de españoles y criollos y la república de indios, durante la Colonia. Un esquema, insistimos, que no se tocó en lo más mínimo con la declaración de independencia de 1821. Por lo contrario, la relación de dominación colonial, no solo pervive, sino que se ha consolidado y ha reforzado sus bases legales y políticas, con la promulgación de leyes y la definición de políticas estatales sin alcances estructurales.
Los guatemaltecos llamados a participar
La convocatoria a la conmemoración del bicentenario, lanzada en el 2010, estaba dirigida “a toda la comunidad nacional, las instituciones, autoridades, organizaciones empresariales y las organizaciones de la sociedad civil”. Buscaba promover “encuentros entre todos los sectores del país que estén inmersos en la preocupación por renovar y fortalecer las bases de la República”.
Como se echa de ver, la convocatoria de conmemoración del bicentenario, con todas las buenas intenciones que pretende mostrar, desconoce sin más a los Pueblos Indígenas en su condición de sujetos políticos con identidad propia, con voz propia, con aspiraciones, demandas y propuestas propias. Y no puede decirse que se incluyen en la “comunidad nacional” o en las “organizaciones de la sociedad civil”. En el acto de declaración de la independencia en 1821 y en la convocatoria de conmemoración del bicentenario de dicha independencia, los Pueblos Indígenas y sus organizaciones simplemente son dejados al margen. O, encubiertos. Con todo lo que el encubrimiento implica de minorización, subordinación, subalternidad, discriminación, desprecio, exclusión, racismo.
La única mención indirecta a organizaciones indígenas se encuentra en la referencia a los sectores que disienten de la idea de que “Guatemala es una nación” y proponen “que este país es un estado multinacional”. Las organizaciones del disenso, también están invitadas a las discusiones que tendrán lugar en la conmemoración. De hecho, y por este detalle, se puede ver alguna alusión, son organizaciones indígenas las que tienen una propuesta definida con respecto a la construcción de la plurinacionalidad o la multinacionalidad. Tiene razón Herrera (IX Congreso Latinoamericano de EIB) cuando afirma que han sido los pueblos originarios los que han provocado reflexiones en cuanto a la construcción de sociedades diversas.
Dicho de otra manera, son los Pueblos Indígenas y sus organizaciones las que tienen una visión responsable con el devenir histórico de las relaciones interétnicas y de las relaciones del Estado nacional con los Pueblos Indígenas. Un tema en el cual cuentan con apoyo de organizaciones y organismos no indígenas, nacionales e internacionales, afines a las aspiraciones de los Pueblos Indígenas.
Lo que piensan los Pueblos Indígenas, así como intelectuales y organizaciones indígenas, sobre la necesidad de transformar el Estado monoétnico y monocultural en un Estado multinacional o plurinacional, es de conocimiento del liderazgo político del país. No obstante, los Pueblos Indígenas y sus organizaciones son ignorados en la convocatoria a la conmemoración del bicentenario. Ello, a pesar de la intención (dudosa por esto mismo) de que “queremos darle un nuevo y profundo impulso a dinámicas de reflexión crítica y creativa que den paso a nuevas conceptualizaciones que inauguren una época de reforma del Estado, de innovación política y de refundación de la República” (documento de convocatoria).
Conmemoración del bicentenario, ¿oportunidad para la construcción de un estado plurinacional?
¿Podría ser la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia la oportunidad para la construcción de un Estado plurinacional o, al menos, multinacional? ¿Qué implicaría para la nación guatemalteca la conversión del Estado nacional criollo y ladino/mestizo a un Estado en el cual los Pueblos Indígenas puedan incorporarse como naciones, con todos los derechos actualmente reconocidos solo de manera formal y con un enfoque reduccionista?
Hasta hoy, afirma Cojtí (2004), “se desconoce casi por completo el lento proceso de multiculturalización del Estado y de la democracia guatemaltecas”. Con excepción del aspecto legal, el “más conocido y avanzado”. Lo que no implica que la promulgación de leyes lleve automáticamente al reconocimiento de los Pueblos Indígenas como naciones con pleno derecho de formar parte, participar y beneficiarse de los bienes del Estado (en cuya producción tienen una amplia participación). Por esto, como señala Cojtí (2004), no existen avances en “la formulación, implementación, institucionalización de políticas, planes, programas y proyectos, ni la adaptación de las estructuras estables del Estado a la multietnicidad del país”. Si multiculturalizar el Estado ha sido complejo y es un proceso de lento avance, pensar en la construcción del estado plurinacional seguro requerirá un drástico reajuste en las relaciones estructurales de poder en todos los órdenes.
De esa cuenta, no basta asumir la conmemoración de la Independencia como oportunidad para “analizar, reinterpretar y recorrer la historia de la época independiente de Guatemala, con una actitud hermenéutica”. Interpretar la realidad del país para comprenderla y pensar cómo reconfigurarla no ha sido suficiente. Y, menos, si el camino por recorrer lleve a proseguir en las actuales circunstancias el mandato venido desde la independencia (documento de convocatoria). Un mandato que ha obligado al Estado a seguir protegiendo el actual estado de cosas de “las consecuencias que serían terribles, en el caso de que (la construcción de un Estado plurinacional la promueva) de hecho (los propios pueblos interesados)”. Ejemplos abundan en la historia del país, de las consecuencias para el pueblo los intentos de democratizar las estructuras políticas y económicas del país.
Tampoco basta que el actual presidente de Guatemala, en el acto conmemorativo en el Congreso de la República, haya llamado a construir una nación unida, sin fronteras en Centroamérica y a vivir en libertad de acción y pensamiento… para que los guatemaltecos sean mejores, con metas comunes y encaminados a una sociedad sin divisiones (republica.gt). Y no basta el llamado, porque el inicio mismo de las actividades conmemorativas del bicentenario ha sido una muestra clara del irrespeto de los funcionarios de Estado a los lugares sagrados del Pueblo Maya, invadiendo la emblemática ciudad de Iximche’, ciudad sagrada de la comunidad Maya Kaqchikel, llamada “ruinas” en algunos medios de comunicación. Y junto con la invasión, la folclorización de elementos de la milenaria cultura Maya, como el Popol wuj, sus danzas, su indumentaria.
Y tampoco es suficiente con que el Congreso de la República, mediante una iniciativa de ley relacionada con la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, asegure que su intención principal es “contribuir a robustecer el conocimiento del pasado y fortalecer el futuro del país, constituyéndose como un punto de partida para fundar un modelo social más incluyente”. Las características del Congreso de la República en las últimas legislaturas, cooptado por alianzas criminales, le resta legitimidad y credibilidad.
¿Podría ser el ideario de los Acuerdos de Paz el camino?
Dada su importancia, finalizamos la revisión de la perspectiva gubernamental de la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia, según se explica en el documento de convocatoria, con la referencia a los Acuerdos de Paz. Sorprende la afirmación de que “los Acuerdos de Paz de 1996 pautan actualmente vida pública”. Además de que forman parte de “las experiencias vividas y los valiosos aprendizajes de los últimos 200 años. Experiencias que constituyen el mejor sustento para las propuestas ciudadanas de refundación del Estado guatemalteco y la generación de la esperanza para el futuro de Guatemala”.
En este sentido, la refundación del Estado guatemalteco, un Estado criollo-ladino/mestizo, elitista, discriminador, racista, incluiría como sustento el Acuerdo de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas, además de los otros acuerdos, por supuesto. ¿Habrán estado conscientes quienes escribieron los textos de la convocatoria oficializados por los funcionarios de gobierno lo que implica refundar el Estado sobre los mandatos de este acuerdo? Lo más probable es que sí. Pero, conscientes también de que el discurso político no tiene por qué ser tomado en serio y que no necesita ser confrontado con la realidad.
La perspectiva de las Naciones Unidas
Para la UNESCO, la celebración del bicentenario de los procesos de independencia de los países de América Latina y el Caribe “reviste una importancia y trascendencia histórica, social y cultural de los pueblos latinoamericanos y caribeños”. Los procesos de independencia, llevados a cabo por “ilustres libertadores” de este continente, “cuyo pensamiento se inspiró en las ideas de los sabios de la ilustración y de los próceres de otras gestas emancipadoras (UNESCO, Decisión 182 EX/59, aprobada en la 14ª sesión plenaria, el 21 de octubre de 2009).
Con este reconocimiento, y en su calidad de “foro ético y moral” (por excelencia) del Sistema de las Naciones Unidas, al “promover la justicia social, la cultura de paz y la solidaridad entre los pueblos”, la UNESCO “ve con satisfacción las acciones que se desarrollan en el ámbito nacional con motivo de la celebración de este bicentenario, por la trascendencia histórica que trajo consigo la fundación de nuevas repúblicas. Según esta resolución de la UNESCO, los movimientos de independencia trajeron consigo “la abolición de la esclavitud en el continente y la inclusión de las comunidades negras y Pueblos Indígenas en las sociedades nacientes”.
Con respecto a la abolición de la esclavitud en Centroamérica, esta se proclama en el año 1824. Pero, para su aplicación efectiva, a los “dueños” de los esclavos había que indemnizarlos porque se quedaban sin su fuerza de trabajo y sin la servidumbre. Sobre la “inclusión de las comunidades negras y Pueblos Indígenas en las sociedades nacientes” no podía ser de otra manera, puesto que eran habitantes de los territorios ahora “independientes”. No fue parte de alguna decisión deliberada de aceptarlos como parte de las sociedades. Por lo contrario, y, de hecho, junto con la inclusión de la población indígena, se mantuvo su condición de servidumbre. Una condición que ha pervivido hasta hoy, bajo distintos mecanismos formales. Los gobiernos conservadores mantuvieron a los indígenas en condiciones de esclavitud, de trabajo forzado, de explotación y despojo. La llegada del gobierno liberal, en 1871, no cambió la situación, la cual se mantiene hasta hoy.
Al decir de Montiel (2010), “con la política de los ‘traslados’ forzados, la población indígena fue diezmada, expoliada, alcoholizada y una masiva ocupación de sus tierras dio lugar a nuevas fortunas del personal político”. Los “indios” en las nuevas naciones “fueron blanco de persecución, expoliación y desagregación de sus comunidades, instalándose un proceso de colonización interna que no ha concluido en nuestros días”. Desde La Pampa argentina y la Patagonia chilena hasta la sierra mexicana y las praderas norteamericanas, pasando por la Amazonía brasileña, la selva venezolana y Centroamérica.
Llegados a este punto, queda claro que ninguna conmemoración de la independencia de 1821 puede valorar los aportes históricos de los Pueblos Indígenas a la diversidad del país, ni sus aportes a la economía, ni a la construcción de una ciudadanía multicultural, ni a la conservación del equilibrio ambiental. El discurso que afirma que “hoy todos somos Guatemala, todos somos independientes y libres”, como dijera el ministro de Cultura en el acto de inicio de la conmemoración, choca frontalmente con la realidad que viven los Pueblos Indígenas en su relación con el Estado de Guatemala. Es una afirmación que no se puede sustentar desde ninguna perspectiva: ni histórica, ni política, ni cultural, ni económica. La vida cotidiana que viven las personas indígenas, hombres, mujeres, jóvenes, en el campo y la ciudad muestra una realidad distinta.
¿Una segunda independencia?
La cuestión del bicentenario y los actos de conmemoración organizados e implementados desde los Estados latinoamericanos ha estado también en la reflexión de las ciencias sociales. Particularmente desde el pensamiento crítico de intelectuales, como los que forman parte del Grupo Modernidad/Colonialidad. En este colectivo, conformado por una “red multidisciplinar y multigeneracional de intelectuales”, se cuentan, entre otros, sociólogos como Aníbal Quijano, semiólogos como Walter Mignolo, la pedagoga Catherine Walsh, antropólogos como Arturo Escobar y filósofos como Enrique Dussel y Santiago Castro-Gómez (entre otros).
A partir del trabajo de grupos como este, se ha posicionado la convicción de que no debe “prohijarse un nuevo encubrimiento del otro, como ocurrió con memorias y festejos del llamado ‘descubrimiento de América’”. O, como ocurrió también con la celebración del primer Centenario de la Independencia de los países de América Latina. Una celebración promovida por las élites como “una fecha que anuncia su propio y exclusivo progreso ininterrumpido”.
Desde esta perspectiva, no corresponde festejar sino “impugnar, denunciar, una emancipación de la corona española que solo ha sido usufructuada por los criollos y sus herederos en menoscabo de los Pueblos Indígenas y afroamericanos, sin dar lugar a ese nosotros incluyente de las diferencias”. Para ir un paso más allá de la impugnación y la denuncia, Roig (2002) considera necesario “promover esta conciencia crítica desde la situación de neocolonialidad que se vive en nuestros países, lo cual compromete toda praxis social con la necesidad de una ‘segunda independencia’, en lo político y en lo mental”.
¿En qué consiste esta segunda independencia? ¿Cómo implica a los Pueblos Indígenas una segunda independencia de la nación criolla/mestiza/ladina? ¿Podría un movimiento por una segunda independencia de los países latinoamericanos incluir de manera natural a los Pueblos Indígenas? ¿Pueden los Pueblos Indígenas hablar de una segunda independencia, si no han tenido una primera independencia? ¿Cómo pueden aprovechar los Pueblos Indígenas los caminos que sean construidos desde el pensamiento decolonial hacia una segunda independencia, en la línea de Arturo Roig?
Roig considera la búsqueda de una segunda emancipación como un proceso con varios momentos. En esa línea, es necesario someter a crítica situaciones derivadas de la apropiación y la utilización de los símbolos, la cultura, en general, los bienes tangibles e intangibles, de la vida misma, de los Pueblos Indígenas en función de los intereses de las élites y de los sectores de poder legales y paralelos. Para desnaturalizar tales situaciones, es preciso reconocer el carácter intramundano de las acciones que las producen. Que no son producto de ninguna voluntad divina, ni se dan por “culpa” de los propios afectados, porque son perezosos, borrachos…
Necesario es, también, realizar procesos de deconstrucción de formas de pensamiento, de ideologías, de teorías y de prácticas elaboradas para justificar o legitimar la exclusión, el sometimiento y la servidumbre de los Pueblos Indígenas. Comprender la lógica de la modernidad, desarraigar de la conciencia de nuestros pueblos la colonialidad de nuestro ser y de nuestro saber. Y, sobre esa base, llevar a cabo el “rearme categorial” que dice Roig. Lo que esto signifique para los Pueblos Indígenas, lo veremos en el siguiente apartado.
Desde la perspectiva de los pueblos indígenas: el encubrimiento continúa
En 1492 los pueblos originarios de Abya Yala fueron sepultados bajo la imagen del “otro” europeo. Por ello se habla de “encubrimiento”, y no de “descubrimiento”. De ahí también el rechazo a la denominación de “descubrimiento” aplicada a la llegada de Cristóbal Colón a tierras de Abya Yala en 1492, y a otros conceptos como “encuentro”, por ejemplo.
En el mundo académico, fue Enrique Dussel quien, en 1984, introdujo el concepto de encubrimiento en los debates sobre la validez de los conceptos de descubrimiento y encuentro (de culturas, de dos mundos). Introdujo también “la necesidad del ‘desagravio’ al indio” (Dussel, 1994).
Entre las sugerentes ideas de Dussel alrededor del tema del encubrimiento, dos llaman la atención: por una parte, la centralidad del sujeto europeo, alrededor del cual se hace girar la percepción de los hombres y mujeres, habitantes de las tierras de Abya Yala, y la relación con ellas y ellos. Esta percepción, basada en el pensamiento heideggeriano, ha evolucionado hacia la cosificación del otro. A la llegada de Colón a Abya Yala, sus habitantes fueron considerados como seres subhumanos, idea reforzada por algunos filósofos y teólogos de la época, como Juan Ginés de Sepúlveda[1] y Cornelius de Paw[2], entre otros. Según Dussel, con el tiempo se ha ido afianzando la idea de que todo lo europeo es el centro del mundo. Todo lo demás, incluyendo las y los habitantes originarios de Abya Yala, no son más que “entes”, cosas, que pueden ser utilizados y luego ser desechados, y que no merecen respeto como un “otro” semejante (Dussel, 1994/2).
Por otra parte, el encubrimiento del indígena es una necesidad connatural al sistema. Es una condición necesaria para conservar el estado de cosas y el estatus de los sectores de poder. Desde el surgimiento del otro en el horizonte, que irrumpe en el mundo del europeo, se hizo necesario en-cubrirlo. Para ello, se crearon mecanismos, con sus respectivos dispositivos, que se activan cada vez que hay que aplastar las cabezas que pretenden salir a la superficie.
El encubrimiento y sus mecanismos de soporte
Esta es una práctica que pervive en la actualidad. Se ponen en juego mecanismos que van desde tratar de convencer a indígenas de que su permanencia en la subalternidad les puede resultar beneficioso, pues puede acceder a bienes que le permitirán disfrutar de la vida moderna, hasta la amenaza y el recurso del miedo, para inmovilizarlos. De hecho, la amenaza es real. Y va desde la criminalización de líderes indígenas, hasta el genocidio, como efectivamente ha sucedido, con el exterminio de comunidades enteras por parte de las fuerzas de seguridad o la persecución y el asesinato selectivo de lideresas y líderes comunitarios.
En Guatemala, el recurso del miedo va dirigido no solo de manera directa a los Pueblos Indígenas, a sus organizaciones y a su liderazgo. Va dirigido también a otros sectores de la sociedad, con la finalidad de promover el rechazo social del indígena, por el miedo que inspira o por la repulsa que provoca. Es obvio que ninguna de estas reacciones que produce la presencia indígena es real o tiene una base real. Son más bien herramientas del poder hegemónico para garantizar la sumisión permanente del indígena.
A este respecto, es muy iluminador el siguiente texto que Anabella Giracca ha preparado para este artículo. Lo reproducimos aquí con su autorización.
La discriminación y el racismo son herramientas de poder. Estas se respaldan en una gama significativa de dispositivos que se activan para justificar el dominio en el transcurso de la historia. El colonialismo tiene sus cuñas, sus agarradores para sostenerse con una lógica aparentemente “natural”.
Entre los dispositivos a los que me refiero están, por ejemplo, el paternalismo que se activa en todas las estructuras sociales, culturales y económicas, y respalda la idea de que unos son padres de otros, “unos” tienen el poder sobre esos “otros” que ven como amenaza. Esos pocos “unos” definen el futuro de los muchos “otros”. El solo hecho de llamar “mis indígenas” lo pone todo claro.
La infantilización del “otro” es un dispositivo más y muy presente en todos los ámbitos. Tiene como fin justificar dominio minimizando al que se quiere dominar sin tomar en cuenta su voz y su palabra. Los diminutivos lo ponen más claro aún.
La invisibilización de aquellos que quiero dominar y explotar es igual de grave. “Si no están en el discurso de poder, no existen”. Consiste en anular no solo la presencia de ese “otro” que desconozco, sino de apartarlo de los espacios de poder.
El folclorismo es el dispositivo que utiliza el Estado para hacer uso y abuso de la diversidad. Es quedarse en lo estético y jamás asumir lo ético, donde ese “otro” se convierte en un valor. Acá vemos la valoración del arte, por ejemplo, pero jamás por quién la produce, sin reconocimiento ni derechos legales.
La homogeneización es un dispositivo más, que hace creer que se quiere construir un proyecto “ciudadano” donde “todos somos iguales”. Pero iguales a los pocos que lo definen.
Entre estos dispositivos básicos que se activan sistemáticamente para justificar dominio y poder ante una sociedad “mentalmente colonizada”, está el retorno a lo monstruoso. Desde hace siglos se construye una imagen que hace del “otro conquistado” un monstruo, un riesgo que hay que dominar. Las imágenes que se han construido durante siglos tienden a reciclar la misma idea: el retorno a la barbarie. Es criminalizar al “otro” que representa un riesgo para la sociedad. Consiste en insistir en semejantes imágenes deshumanizantes, para “deshumanizar” existencias. Durante los siglos XV y XVI se representó una imagen que ilustraba a los indígenas americanos sin cabeza, por ejemplo, o exaltaban un canibalismo voraz o les daban atributos físicos animalescos.
Según mi opinión, esa es la raíz del racismo, porque con el fin de criminalizar, desdibujar, infantilizar y barbarizar a ese “otro”, se cometieron los primeros grandes genocidios de nuestra historia. Con el pasar de los siglos, esa idea de fondo prevalece, siempre con el fin de garantizar el etnocentrismo, el dominio y la utilización del “otro” como un instrumento y no como un ser humano. Basta con hacer análisis cuidadoso de los medios para ver cómo se representan los Pueblos Indígenas que sistemáticamente son invisibilizados, infantilizados, utilizados y vistos como amenaza a la “estabilidad social”. El estudio del imaginario (conjunto de imágenes que circulan insistentemente y que crean identidad, seducen y apelan a lo verosímil y jamás a lo verdadero), se hace imperante. Porque únicamente “deconstruyendo” ese imaginario vamos a lograr entender y crear uno propio, donde quepamos todos y todas.
Volvamos al tema de la independencia y a la conmemoración del bicentenario de la misma. Y a lo que significan para los Pueblos Indígenas.
Hay que insistir en que, en 1821, los pueblos originarios fueron nuevamente encubiertos. En 1821, la “llamada independencia o emancipación” fue solo un “cambio” de sector de clase dominante, pero del mismo “bloque histórico en el poder”, que de colonial hispánico pasó a ser “neocolonial criollo”. La llamada Independencia patria es realmente encubrimiento de los Pueblos Indígenas, en su condición de oprimidos, violentados, asesinados o reducidos a la encomienda, a la mita, a la hacienda, a las reducciones (Cf.: Dussel, 2007).
200 años después, con la conmemoración o celebración del llamado Bicentenario de la independencia patria, solo se busca reafirmar el encubrimiento de los pueblos originarios de estas tierras, además del pueblo Garífuna. Continuará el encubrimiento bajo la figura de una “independencia” o “emancipación” usufructuada por los criollos y sus herederos. Porque ellos siguen gobernando, con algunos mestizos e indígenas permitidos como “blancos honorarios” (Cf.: Roig, 2002).
Bicentenario, resistencia y represión
Paro hay más. En el acto de inauguración de los eventos de conmemoración del bicentenario de la independencia, el presidente Alejandro Giammattei pidió, entre otras cosas, que “hay que dejar de quejarse y echarse culpas”. Recalcó que “no podemos perder más tiempo echándonos las culpas y quejándonos allá afuera, en el mundo”. Para ello, “tenemos que fortalecer la justicia, luchar por la igualdad de oportunidades… Somos una república democrática, pero tenemos que esforzarnos para defender esos derechos, (para) vivir en democracia, pero con responsabilidad” (soy502.com, 27-02-2021).
Según Giammattei, “una de las fortalezas de Guatemala es la diversidad de culturas, y es allí donde que hay que concentrarse para lograr el desarrollo”. Agregó que, “con tanta riqueza natural y cultural que tenemos, es imperativo que reconozcamos que la cultura debe ser uno de los motores de desarrollo económico y un facilitador del desarrollo sostenible”. Aun cuando la diversidad de culturas con que cuenta el país pasa por la diversidad étnica, de la cual los Pueblos Indígenas son parte fundamental, no hubo una referencia específica a ellos en el discurso presidencial.
El ministro de Cultura y Deportes, por su parte, considera la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, como “oportunidad para dar inicio a una nueva forma de pensar, de actuar, de respetar nuestro origen. Somos un país con mucha diversidad cultural (sic), y esa es nuestra riqueza. Debemos reconocer y respetar nuestras diferencias. Todos somos guatemaltecos. En el Ministerio de Cultura y Deportes, tenemos la misión de fortalecer y promover la identidad guatemalteca. El arte y la cultura, nos pueden ayudar a superar nuestros traumas, resentimientos y rencores de nación… Hoy todos somos Guatemala. (https://www.youtube.com/watch?v=Te1baPepZ8Y).
El presidente de la República y el ministro de Cultura hablan de justicia y respeto a las diferencias y afirman que “todos somos guatemaltecos”. Mientras tanto, en las comunidades indígenas Mayas, no cesan las persecuciones, los desalojos violentos por parte de las fuerzas de seguridad pública, la criminalización de comunidades, así como de lideresas y líderes indígenas. Comunicadores y comunicadoras sociales mayas, defensores del territorio, del agua y del derecho ambiental son encarcelados y sometidos a juicios legales. Profesionales del derecho indígenas son asediados mediante allanamientos extrajudiciales.
Pero los gobernantes piden que cesen los resentimientos, los traumas y los rencores producto de la violación permanente de derechos. Cargan asimismo a todos, Pueblos Indígenas incluidos seguramente, con la responsabilidad de construir la Guatemala en la que queremos vivir. Mientras tanto, el presupuesto nacional se desvía para cubrir necesidades distantes de las verdaderas necesidades de los Pueblos Indígenas, que siguen sufriendo las peores carencias porque los recursos se pierden en los bolsillos de funcionarios.
Por eso, con la celebración del Bicentenario de la “independencia patria”, con asignaciones presupuestarias desorbitantes, solo se seguirá alimentando la resistencia indígena. Y con ello el Estado encontrará la excusa perfecta para continuar con las acciones represivas contra las comunidades indígenas, las organizaciones indígenas y el liderazgo indígena, al mejor estilo de la contrainsurgencia de los 36 años de conflicto armado interno.
¿Cuál es, pues, el camino por seguir?
Los Pueblos Indígenas no son parte de los protagonistas de la conmemoración del bicentenario de la independencia. Ni siquiera lo son las mayorías ladinas/mestizas. Tampoco lo son los indígenas, hombres y mujeres cooptados e instrumentalizados para darle visos de pertinencia a los festejos oficiales, como ocurrió en el acto de inauguración de la conmemoración. Ni siquiera porque se realicen en ciudades mayas antiguas, como Iximche’, porque después organizaciones de ajq’ijab’ tendrán que limpiar la ofensa que ello representa a la memoria ancestral.
Tampoco una propuesta de una segunda independencia podría ser la vía más apropiada para la construcción de espacios de libertad de los pueblos. Podría, eso sí, mediante procesos de empoderamiento, aprovecharse el instrumental teórico, conceptual y metodológico derivado de las reflexiones decoloniales. Muchas luces han dejado trabajos como los del Grupo Modernidad/Colonialidad, así como los de intelectuales guatemaltecos que han aportado su conocimiento a la comprensión de la situación de los Pueblos Indígenas y las posibles rutas para la construcción de su propio destino y su reafirmación civilizacional.
Son pasos importantes para ello, los siguientes:
Reasumir y recuperar su condición de sujetos de su propia historia. Caminar para buscar la realización de las aspiraciones utópicas de las abuelas y abuelos primigenios: vuelvan al lugar de donde venimos.
Superar la condición de resistencia. Por 500 años los Pueblos Indígenas han resistido los diversos intentos de sometimiento y exterminio por los agentes del poder, al amparo de o con el respaldo efectivo del aparato estatal. Imposible pensar que la resistencia durará otros 500 años. Por eso, deben darse pasos consistentes para pasar a la condición de pueblos libres para asumir la construcción de su propia historia.
Fortalecer procesos de descolonización y de decolonialidad, para la emancipación propia. Los Pueblos Indígenas deberán sacudirse la condición colonial, en su triple expresión: la colonialidad del poder, la colonialidad del saber, la colonialidad de nuestro ser. Es importante identificar y afrontar los procesos colonizadores o neocolonizadores actuales. Pero es importante también, o más urgente, desentrañar las formas de colonialidad que condicionan desde la conciencia colectiva la vida de los pueblos después de haber interiorizado el pensamiento colonizador.
Recuperar como modelo el papel de los líderes y las lideresas que promovieron y condujeron los muchos levantamientos que tuvieron lugar a lo largo y ancho del continente durante los cinco siglos de coloniaje. En esa línea es importante impulsar la reapropiación de las figuras de las y los líderes del Pueblo Maya y de otros Pueblos Indígenas. No solo para convertirlas en símbolos, sino en ejemplos vivos a seguir en la construcción del futuro posible. Tkum Umam, Ka’ib’il B’alam, Manuel T’ot’, para mencionar algunos. Es necesario refrescar la historia de los Pueblos Indígenas con las figuras de sus lideresas y líderes, los de antes y los de ahora. Mención especial se le debe a Atanasio Tzul, quien lideró un movimiento para establecer un gobierno propio. Ajeno totalmente a cualquier participación en el “movimiento independentista”, por lo que no puede ser considerado “prócer de la independencia”, ni la ciudad de Chwimeq’ena’ debe llamarse más “ciudad prócer”. En este sentido, Atanasio Tzul ha marcado el camino para la construcción de la autodeterminación de los Pueblos Indígenas.
Comentarios:
[1] Maya-k’iche’, ajq’ij, educador y teólogo, con estudios en Ciencias Políticas y Sociales. Asesor, consultor, docente, escritor, conferenciante, en temas de educación, educación bilingüe intercultural, interculturalidad, derechos de Pueblos Indígenas, política y otros, en instituciones públicas, de la sociedad civil y agencias de cooperación internacional, en Guatemala y fuera del país. Autor de libros y artículos publicados en Guatemala y otros países, sobre educación, teología y cultura maya. Dirección electrónica: uspedro1@yahoo.es.
[2] De Sepúlveda es esta afirmación: Cuatro son las causas en las que se funda la justicia de la guerra hecha por los españoles a los bárbaros. La primera es que siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos é inhumanos, se niegan á admitir la dominación de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; dominación que les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa justa, por derecho natural, que la materia obedezca á la forma, el cuerpo al alma, el apetito á la razón, los brutos al hombre, la mujer al marido, los hijos al padre, lo imperfecto á lo perfecto, lo peor á lo mejor, para bien universal de todas las cosas. Este es el orden natural que la ley divina y eterna manda observar siempre.” (Ginés de Sepúlveda, De la justa causa de la guerra contra los indios).
[3] Según Comelius de Paw, considerado como el denigrador por excelencia de América y “los americanos”, “el hombre americano” posee como condición natural irredimible el ser cobarde, pusilánime, sin vigor sexual, siempre niño (lampiño), indolente y estúpido, sumergido “en el olvido de todo lo que significa ser animal racional” (Juncosa, 1991:xix-xxi, Introducción).
Los Pueblos Indígenas, los Mayas, no celebramos, sino enjuiciamos la independencia. La aceptación de la conmemoración del bicentenario significaría seguir aceptando el encubrimiento de nuestros pueblos y el saqueo de nuestros recursos.
Fuentes
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