Diciembre

Caminante USAC

—Por Olmedo España.
Es uno de los meses en el cual las personas nos arrinconamos con cariño alrededor de nuestros semejantes. Es el mes de las luces, del frío y del calor de las cobijas. Se iluminan las casas con foquitos de múltiples colores. Las calles y avenidas se convierten en torrentes de afecto con cánticos navideños.
Los corazones se ablandan y circula la sangre como una sabia de salud espiritual. Es la época en la cual buscamos a nuestra familia, a las amistades y la sonrisa vuelve a la boca para dar unos buenos días o unas buenas noches. Es el mes de compartir, de alejar rencores, sentimientos malsanos y amarguras. Es el mes del afecto que curiosamente coincide con ceremonias espirituales de los herederos de la civilización Maya y de la cristiandad occidental.
En mi pueblo Quetzaltepeque, del Departamento de Chiquimula, Guatemala, hace muchos años, el antropólogo Rafael Girard después de una larga investigación escribió el libro LOS MAYAS ETERNOS. Sostiene y lo vivimos nosotros desde niños, toda esa actitud de profunda espiritualidad en la que se celebra el final de un año con ceremonias en el nacimiento del río llamado después “de la conquista” y con ofrendas de cosechas en el templo de su religión. El baile del toro de petate con un hombre debajo que hace giros y cornea a los que osan invitarlo a jugar, con la música de la chirimía, los chinchines y el tun de fondo, y con la degustación del chilate en una jícara de morro elaborado con maíz, chocolate rústico y un pedazo de panela para endulzar la bebida se congregan año con año a festejar el final de su calendario con ofrendas a “tata chico”, que con rostro de santo cristiano, veneran en su cosmogonía, al joven dios del maíz. Y todo esto arranca el 19 de Diciembre y concluye en Enero, fechas coincidentes con las de la navidad y año nuevo cristiano.
Los cristianos a su vez, esperan con cantos y música especial de nuevo al niño Jesús. Se adornan las ventanas con nacimientos y las iglesias evangélicas profundizan con oración el advenimiento de la figura que inspiró hace más de dos mil años, la cultura occidental.
Los patojos y patojas corretean por doquier con alegría quemando cuetes y cachinflines, a la espera de regalos que adornan el asiento del árbol de navidad. Son días de fiestas, de comidas, tamales y ponche. Las calles entre luces y estrellitas, brillan junto a los corazones plenos de alegría.
Pero, aunque diciembre es el mes de la espiritualidad, de la alegría, del sosiego, de las vacaciones, de la sensatez y del afecto más profundo del ser humano, también hay tristeza y en algunos, una dureza de corazón.
Hay miles de seres humanos que sólo se divierten al ver las luces de colores dado que no las pueden tocar. No alcanzan para tener un arbolito de navidad en su casa, ni mucho menos cuetillos o un bocado para festejar. Hay pobreza y miseria. Ellos mismos reflejan en este drama humano, el pesebre donde nació Jesús.
También hay familias que lloran con tristeza y melancolía, porque recuerdan a sus seres queridos que ahora se los tragó la pandemia y con quienes ya no podrán comer el tamal ni tomar el ponche, porque se adelantaron hacia la eternidad. A algunos como es mi caso, ya no está mi madre cocinando para sus hijos con recetas de otros tiempos, ni mi padre con su sonrisa tierna contando historia o leyéndonos la biblia Mi navidad es ahora diferente, pero siempre hay alegría porque la vida sigue viva. Pero también hay congoja en la humanidad, porque faltan hermanos, primos y amistades.
A su vez habrá que tomar en cuenta que existen en nuestra sociedad, los privados de libertad que son personas que viven con tristeza encerrados en las cárceles, llenos de recuerdos de tantas alegrías cuando de niños también reían. Sin embargo, estos sujetos con todo en contra, diciembre es también un mes lleno de sentimientos, ternura, abrazos y afectos.
Los migrantes que viven en otros países, sueñan con las tradiciones culturales de su país y sueltan un suspiro que cruza las distancias hasta llegar a su terruño. Cocinan sus tamales y junto con la nostalgia, se toman un chocolate, ponche o un mero trago de ron lagrimeado.
Diciembre es el mes que nos suaviza y hace que los resentimientos, venganzas, amarguras, cóleras y agresividad, nos dejen tranquilos por este tiempo. Nos dan un compás de espera. De ahí que si el espíritu de sensibilidad humana que hoy vivimos inspirados en la espiritualidad cristiana o en la religiosidad maya, prevaleciera a lo largo de los 365 días del año, estoy más que seguro, que la sociedad podría alcanzar otro nivel de bienestar en dónde abunde el afecto, la querencia, el respeto, la tolerancia y sobre todo una gran dosis de amor.
Obviamente pedimos mucho, pero al menos procuremos entendernos como nación multicultural. Encontrar coincidencias que nos hagan caminar por el mismo sendero de la vida al servicio de la vida. El país, lo sabemos todos y todas, habrá que hacerlo crecer con pujanza material y espiritual para que los habitantes de este territorio llamado Guatemala alcancemos mínimos vitales de convivencia humana con dignidad y decoro.