«Nuestro presente es infinito»

—Por Santos Barrientos.
Cada presente encierra un momento inseparable del ser-real o del sentirse en la cercanía de lo otro: el descubrimiento, los símbolos, las imágenes… pequeñas utopías que muestran el margen de cada sentimiento. Pensamos en sentimientos como concepción del sujeto que se recrea a sí mismo. Los instantes, aunque efímeros como eternos, enmarcan un pasado no tan revelador como el que se representa en los espejos del tiempo. Cada tiempo es una forma única, el ser humano se revela en el tiempo como lo que es o pretende ser. La verdad del ser es la verdad del humano. Dónde humano representa la univocidad de lo infinito.
La finitud del pasado se revela en la infinitud del presente que se sujeta en lo unívoco de la verdad (tan deseada). Nunca un tiempo ha sido mejor que el otro cuando se recrea en la idea de la conflictividad: las tragedias, las revoluciones, las desigualdades… cada sociedad nace de su concepción universal de la reconstrucción, olvidando siempre su pasado y reformulando un presente infinito, eterno. Presente, eternidad de eternidades, que se desarma en las siluetas de hombres y mujeres que en su lucha por las utopías han alcanzado los horizontes deseados.
Lo universal del hombre constituye la luz silenciosa que se apaga en las trincheras de la realidad sombría. Una realidad no tan conocida, envuelta en el precipicio de verdades escurridizas.
El pasado y el presente se escinden en la América mestiza cuando se piensa en las contradicciones de las que nace el continente. Un continente del que crece la muerte como ideario natural, como un existir atiborrado de imágenes absurdas; continente de conciencias eternas y de correspondencias peculiares.
Nuestro presente es infinito porque la muerte también lo es. Porque nuestras contradicciones también lo son. Los desesperados esfuerzos por retener el pasado y perseguir el presente constituyen la desenvoltura, fría y obstinada, del tiempo silencioso, que transcurre como huésped en lugar extranjero.